Trabajo y Familia
Sin embargo, a partir de la revolución industrial, se ha venido desarrollando de forma progresiva una tensión entre familia y trabajo que anteriormente no existía debido a la dinámica y conjugación tanto en tiempo como en espacio de ambos.
En la sociedad pre-industrial, la familia se constituía en una unidad productiva en sí misma. Ya fuese trabajando la tierra, produciendo bienes artesanales o comerciando algún bien, los miembros de familia trabajaban juntos compartiendo tiempo y espacio tanto en las actividades productivas como de ocio.
Con la revolución industrial, se da la masculinización del trabajo remunerado, la especialización de tareas, el distanciamiento espacial del trabajador de su familia y la polarización de los roles de la mujer y el hombre en el hogar. El hombre se constituye en proveedor económico y la mujer en encargada de las labores del hogar y el cuidado de los hijos. Aquí se generan los primeros elementos de tensión entre familia y trabajo: la ausencia prolongada del proveedor del hogar, la presión por adquirir conocimientos especializados para competir en el mercado laboral, la frecuente insuficiencia de los ingresos para cubrir las necesidades familiares y la confinación de la mujer a los sobrecargados trabajos del hogar sin oportunidades de formación ni desarrollo profesional.
Más recientemente, la llamada sociedad de libre mercado y la revolución de las comunicaciones han propiciado nuevos y profundos cambios en la sociedad, particularmente en los ámbitos laboral y familiar. Entre los cambios de mayor impacto: una creciente incursión de la mujer en el mercado laboral, impulsada, entre otras cosas, por la expansión del mercado de servicios, la necesidad de mayores ingresos familiares y la validación de los derechos de la mujer, generándose de esta manera la necesidad de una redefinición de roles en la dinámica familiar; el aumento de las expectativas de consumo y movilidad social, impulsadas por la posibilidad de un segundo salario en el hogar; la aceptación generalizada del divorcio y el desmejoramiento de las condiciones laborales a causa de los procesos de desregulación del mercado laboral.
Ante estos cambios, podríamos decir que en nuestra sociedad la tensión entre familia y trabajo corresponde a la separación de estos dos ámbitos y la consecuente competencia que se genera por tiempo y esfuerzo invertido en cada uno de ellos.
Hombres y mujeres se encuentran ahora con la posibilidad de elegir el porcentaje de inversión que asignarán en términos de tiempo y esfuerzo para la obtención de mayores ingresos y en algunos casos reconocimiento profesional (trabajo); y el que asignarán a las relaciones humanas dentro del hogar (familia). Sin dejar de lado las presiones socioeconómicas y de cultura laboral que ayudarán a inclinar la balanza hacia uno u otro lado.
Sin lugar a duda, nuestra sociedad, en sus diferentes ámbitos, tiende a priorizar la utilidad económica sobre la calidad de las relaciones humanas. De esta manera se “mercantiliza” la imagen exitosa de la y el ejecutivo dedicado completamente a su trabajo, ignorando la importancia de la estabilidad y armonía familiar para el desarrollo de individuos integralmente sanos.
Cada vez se invierte menos tiempo y esfuerzo en el mejoramiento de las relaciones conyugales y de padres/madres e hijos/hijas, utilizando una gran cantidad de argumentos, entre ellos el concepto de tiempo de “calidad” vs. “cantidad” como justificación de largas jornadas de trabajo y la ilusión casi mágica del disfrute de felicidad familiar a través de la obtención de bienes materiales.
En vista de lo anterior, debido al nivel de arraigo que esta lógica de inversión del tiempo y esfuerzo con prioridad a la utilidad, se hace necesaria una redefinición de prioridades a favor de la familia, en las esferas de mayor influencia, a saber:
- Políticas socio-económicas gubernamentales que promuevan el mejoramiento de las relaciones familiares
- Una cultura empresarial que reconozca la importancia de las responsabilidades familiares de los empleados y la necesidad de políticas empresariales que faciliten el equilibrio entre trabajo y familia en lugar de entorpecerlo
- El reconocimiento individual de la supremacía que debe tener la familia y la consecuente inversión en términos de tiempo y esfuerzo para el sano desarrollo de las relaciones humanas dentro del hogar.
Como individuos, cada cónyuge, padre y madre de familia debe reconocer la vital importancia de dar prioridad a la familia. Un elemento esencial para tal reconocimiento es el establecimiento de un proyecto de vida conjunto en que cada uno de los miembros sea participe en su diseño y ejecución. Así también, el desarrollo de habilidades tales como:
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Negociación, creatividad vs. Conflicto
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Asertividad
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Paciencia
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Comunicación
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Empatía
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Flexibilidad tanto al dar como al recibir
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Planeación de la dinámica familiar
A pesar de la gran importancia que tiene el tomar acciones desde los ámbitos gubernamental y empresarial, lo cierto es que recae en el individuo la responsabilidad de crear una dinámica familiar que evidencie la prioridad del hogar, y la armonía entre trabajo y familia.
“Enfoque en la Familia”, Usado con permiso.
Maritza Ulate,
Gerente de Investigación por
http://www.enfoquealafamilia.com/
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