Por el Dr. Lloyd Mann
Como dije en la primera parte de este tema, la iglesia tiende a ser muy buena cuando se trata de dar información, pero no tan efectiva cuando viene a lograr cambios concretos en las vidas de sus miembros. Creo que en gran parte eso es así porque pocas veces en la iglesia les pedimos cuentas a los miembros. Sin embargo, el tener que dar cuentas de nuestra obediencia es céntrico a una relación de discipulado.
Actualmente soy miembro de una iglesia que ya no tiene una Escuela Dominical. Pero la mayoría de las iglesias todavía utiliza esa estructura para enseñar la Biblia a sus miembros. Se le da una revista a cada miembro, y se supone que se debe estudiar la lección antes de venir a la clase los domingos. Casi nadie lo hace. ¿Por qué? Porque hace tiempos los miembros se dieron cuenta de que no tienen que responder (dar cuentas) a nadie si lo estudian o no. Últimamente creo que los maestros ni lo esperan porque nadie lo hace.
Como dije, nuestra iglesia ya no tiene Escuela Dominical. En su lugar tenemos una estructura de Pequeños Grupos. Durante un tiempo mi esposa y yo pertenecimos a uno de esos grupos. El grupo usaba un material impreso como base de sus estudios. Algunos de nosotros leíamos el material antes del estudio, pero otros no. Algunos estudiaban muy a fondo el material, buscaban más información y preparaban varias hojas de comentarios sobre los varios aspectos del estudio. Otros de nosotros solamente leíamos las dos o tres hojas impresas sobre el tema. Otros, ni eso. ¿Por qué la diferencia? Porque nadie chequeaba a ver si habíamos estudiado el material. Si lo habíamos estudiado, ¡qué bien! Si no lo habíamos estudiado, ¡no había problema!
Ahora nosotros estamos hospedando un estudio en nuestro hogar. Ya que la iglesia no acostumbra pedir cuentas, nosotros tampoco las pedimos . . . y además, una buena parte de los participantes son no creyentes.
Pero estoy discipulando a uno de los participantes del estudio, y otras personas en el estudio están haciendo algo semejante con otros de los participantes. En esas relaciones de discipulado sí se piden cuentas: “A ver, la semana pasada te pedí que hicieras un estudio bíblico sobre tal pasaje. Compárteme lo que Dios te dijo por medio de ese estudio.” Por otro lado estoy discipulando a un hombre que me pidió ayuda espiritual. Nos reunimos casi todas las semanas y vemos lo que él ha estudiado. Le pido que memorice versículos bíblicos claves. Cuando nos vemos le repaso sus versículos para ver cómo le va y para ver si puedo ayudarlo en reforzar ese hábito tan importante en la vida cristiana.
Hace varios años, cuando estuvimos trabajando con estudiantes universitarios en México, teníamos grupos de discipulado. Cada semana el grupo tenía tareas, lecturas, estudios bíblicos que hacer, versículos que memorizar. Pero casi siempre en alguna etapa de la vida de esos grupos yo me daba cuenta de que algunos, o muchos, de los integrantes del grupo de discipulado no estaban haciendo lo que se les pedía. Siempre los tomaba por sorpresa, porque cuando yo notaba esa falta de cumplir con lo que se pedía, yo suspendía las reuniones del grupo. Les decía, “Cuando se hayan puesto al día con sus tareas, avísame y empezaremos a reunirnos de nuevo.”
¿Por qué ser tan duro? Porque la obediencia es una de las características de un discípulo. Jesús enseñaba que el que es fiel en las cosas pequeñas será fiel cuando de cosas importantes se trata. Si un cristiano aprende a llevar a cabo lo que se le pide en cosas como hacer su estudio antes de la reunión, es muy probable que obedecerá a Cristo cuando Él le señale un campo en su vida que necesita cambiar.
Lo que pasa cuando a un cristiano le seguimos amontonando “conocimientos” sin pedir obediencia . . . y no inspeccionamos esa obediencia . . . es que lo estamos metiendo en pecado. ¿Pecado? Sí. La Biblia dice, “al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado.” Si le estamos enseñando que tiene que controlar su enojo, o vivir su vida según las prioridades bíblicas, o testificar . . . y no lo está haciendo, estamos amontonando más pecado sobre esa persona. Mejor no enseñarle más cosas si no va a poner en práctica lo que ya le enseñamos.
Me gusta el chiste sobre el pastor que aceptó un nuevo pastorado en una iglesia y predicó un sermón muy bueno el primer domingo. Toda la congregación comentaba sobre su sermón. El segundo domingo predicó el mismo sermón. La gente se quedó un poco extrañaba, pero pensaban que seguramente con todo el ajetreo de la mudanza, al pastor se le había olvidado lo que predicó el primer domingo. Pero cuando el tercer domingo el pastor predicó el mismo sermón, algunos de los miembros empezaron a hablar con los diáconos para ver si podían hablar con el nuevo pastor. Los diáconos les convencieron que seguramente el pobre pastor estaba demasiado cargado con trabajo durante esas primeras semanas y que simplemente no había tenido tiempo para preparar un nuevo sermón. Pero cuando predicó el sermón por cuarta vez, los diáconos lo llamaron a una reunión para saber qué estaba pasando. Le dijeron, “Pastor, no sabemos si se ha dado cuenta, pero usted ha predicado el mismo sermón cuatro veces.” El pastor les contestó, “Sí, y ¡cuando ustedes empiezan a obedecerlo, cambiaré de mensaje!”
La iglesia haría bien en poner más atención en la obediencia, y no tanto en el conocimiento. Pero la forma más efectiva de lograr la obediencia es crear una “cultura” en la iglesia en que los discípulos de Cristo reconozcan que el discípulo le tiene que dar cuentas al Cuerpo de Cristo, o a su discipulador, por su obediencia.
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