El paso del tiempo y su rutina diaria pueden desgastar nuestra conciencia de dónde estamos personalmente en nuestra relación con Dios. Nuestras defensas bajan, y los «pequeños pecados» pueden de alguna manera convertirse en comportamientos legítimos en nuestro pensamiento. Y pronto podemos llegar a despreciar el mal que nos rodea. Y nuestra compasión por los demás puede disminuir. Podemos rechazar a los demás de plano. No nos queda amor. La retórica simplista se lleva todas las ganancias del día.
“Creyentes” condenados por Dios
Introducción La Escritura nos enseña que, sin Cristo, toda la humanidad no es digna de entrar en el Reino de Dios, porque no se encuentra a la altura de Su Santidad. En nuestra sociedad, es bien sabido cuán rápido es el juicio sobre un niño que trae una pistola a la escuela, ¿verdad? Todo el […]

