Tomado de: Gary R. Collins. Christian Counseling: A Comprehensive Guide (Consejería cristiana: una guía comprensiva), Word Publishing, 1988. pp. 15-21.
Hace muchos años, Wayne Oates escribió, “El pastor, independientemente de su entrenamiento, no goza del privilegio de elegir si va a hacer consejería con su gente o no. Ellos inevitablemente traen sus problemas a él para pedir su guía y cuidado sabio. El no puede evitar esto si permanece en el ministerio pastoral. Su elección no es entre aconsejar o no, sino entre aconsejar de forma disciplinada o indisciplinada.”
No es fácil aconsejar de manera disciplinada y habilidosa, especialmente cuando los problemas son tan diversos, las necesidades tan grandes, y las técnicas disponibles de consejería frecuentemente tan confusas y contradictorias.
Literalmente hay miles de métodos de consejería ahora en uso. De las imprentas salen libros y artículos sobre terapia y ayuda de personas con una regularidad perturbadora. Parecen haber tantas teorías y acercamientos a la consejería como hay de consejeros. Con toda esta orientación y actividad, aún los profesionales de tiempo completo se pueden sentir abrumados.
Sería de ánimo si estas publicaciones, teorías, y ayudas de entrenamiento de consejeros ayudaran a los consejeros a ser más efectivos, pero algunos de los libros de consejería son de validez dudosa. Escritores con buenas intenciones pero ingenuos han propuesto “nuevos métodos” simplistas que dicen ser distintivamente cristianos pero no son efectivos. Algunos libros recientes han agregado confusión al atacar las profesiones de consejería y algunos sermones emocionales, a veces en televisión nacional, han engañado a la gente a pensar que la consejería nunca se necesita.
A veces la consejería no ayuda. Aún consejeros bien entrenados y experimentados quiénes se mantienen al día de la literatura profesional y aplican las técnicas mejor demostradas, encuentran que los aconsejados no siempre mejoran. A veces los individuos empeoran a raíz de la consejería. No es sorprendente, por lo tanto, que algunas personas se den por vencidas y concluyan que la consejería es en realidad un desperdicio de tiempo.
Si todos se dieran por vencidos, sin embargo, ¿a dónde iría la gente con sus problemas? Jesús, quien es el ejemplo del cristiano, pasó muchas horas hablando con gente necesitada en grupos y de cara a cara. El apóstol Pablo, quien era muy sensitivo a las necesidades de individuos en dolor, escribió que aquellos que son fuertes deben llevar las cargas de los más débiles. Probablemente Pablo se refería a aquellos que tenían dudas, temores, y estilos de vida pecaminosas, pero su preocupación compasiva se extendía a casi cada problema que pueda ser encontrado por consejeros hoy en día.
Los escritores bíblicos no presentan el ayudar a la gente como una opción. Es una responsabilidad para cada creyente, incluyendo el líder de la iglesia. A veces la consejería puede parecer un desperdicio de tiempo, pero está mandado bíblicamente, y puede ser una parte efectiva, importante, y necesaria de cualquier ministerio.
No se debe asumir que todos los pastores y demás líderes cristianos tienen don en esta área, y son llamados a aconsejar. Debido a sus temperamentos, intereses, habilidades, entrenamientos, o llamados, algunos cristianos evitan la consejería, prefiriendo dedicar su tiempo y dones a otros ministerios. Esta es una decisión legítima, especialmente si se hace consultando a unos cuantos creyentes.
Cada uno debemos tener cuidado, sin embargo, de no abandonar rápidamente una forma de ministrar a otros personalmente enriquecedora, potencialmente poderosa, y basada bíblicamente. No es fácil aconsejar, pero ha aumentado la evidencia de que personas de una variedad de trasfondos pueden aprender habilidades de consejería. Dios puede usarte como consejero.
La consejería intenta proveer ánimo y guía a aquellos que se enfrentan a pérdidas, decisiones, o desilusiones. La consejería puede estimular el desarrollo y crecimiento de la personalidad; ayudar a la gente a hacerle frente mejor a los problemas de la vida, a conflictos interiores, y a emociones que hieren; asistir a personas, miembros familiares, y parejas casadas a resolver tensiones interpersonales o a relacionarse efectivamente; y asistir a personas cuyos estilos de vida son auto-derrotistas y causan tristeza. El consejero cristiano busca traer a la gente a una relación personal con Jesucristo y ayudarles a encontrar perdón y alivio de los efectos destructores del pecado y la culpabilidad. Últimamente, el cristiano espera ayudar a otros a llegar a ser discípulos de Cristo y discipuladores de otros.
Al centro de toda ayuda verdaderamente cristiana, privada o pública, está la influencia del Espíritu Santo. Su presencia e influencia hacen que la consejería cristiana sea verdaderamente única. Es El quien da las características de un consejero más efectivas: amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, fidelidad, gentileza, y auto-control. El es el consolador quien nos enseña “todas las cosas”, nos recuerda los dichos de Cristo, convence a la gente de pecado, y nos guía hacia toda la verdad. A través de la oración, meditación en las Escrituras, confesión continua de pecado, y un compromiso diario y deliberado a Cristo, el consejero-maestro viene a ser un instrumento a través del cual el Espíritu Santo puede trabajar para confortar, ayudar, enseñar, convencer, o guiar a otro ser humano. Esta debería ser la meta de cada consejero – pastor o líder, consejero profesional o no profesional – el ser usado por el Espíritu Santo para tocar vidas, para cambiarlas, y traer a otros hacia una madurez espiritual y psicológica.
LA IGLESIA COMO COMUNIDAD SANADORA
Como hemos visto, Jesús frecuentemente habló con individuos acerca de sus necesidades personales y se reunía frecuentemente con grupos pequeños. El principal de éstos era la pequeña banda de discípulos a quiénes El preparó para “tomar el puesto” después de su ascensión al cielo. Fue en uno de esos tiempos cuando Jesús mencionó la iglesia por primera vez.
En los años que siguieron fue ésta iglesia de Jesucristo la que continuó su ministerio de enseñanza, evangelización, ministración, y consejería. Estas actividades no se veían como la responsabilidad especial de líderes “superestrellas” de la iglesia; eran hechas por creyentes comunes trabajando, compartiendo, y cuidándose tanto entre sí como a los no-creyentes fuera del cuerpo. Si leemos Hechos y las Epístolas se hace claro que la iglesia no solo era una comunidad evangelizadora, enseñadora, y discipuladora – también era una comunidad sanadora.
Las comunidades sanadoras son grupos de personas “caracterizadas por un intenso compromiso con el grupo y por un interés común en sanidad… de malestares psicológicos, de comportamiento, o espirituales”. En años recientes, los profesionales de salud mental han llegado a ver el valor de grupos terapéuticos donde los miembros del grupo se ayudan entre sí dando apoyo, reto, guía, y ánimo que de otra forma tal vez no sea posible. Por supuesto que tales grupos pueden resultar dañinos, especialmente cuando vienen a ser encuentros incontrolados que buscan criticar y apenar a los participantes en lugar de edificarlos o animarlos a abrirse y a un comportamiento más efectivo. Si son conducidas por un líder sensible, sin embargo, las sesiones grupales pueden ser experiencias terapéuticas muy efectivas para toda la gente involucrada.
Algunos grupos terapéuticos no necesitan limitarse a aconsejados reuniéndose el uno con el otro y con un conse
jero entrenado. Las familias, grupos de estudio, amigos de confianza, colegas profesionales, grupos de empleados, y otras pequeñas bandas de personas frecuentemente proveen la ayuda que se necesita tanto en tiempos de crisis como en los retos diarios de la vida. En toda la sociedad, sin embargo, la iglesia tiene el mayor potencial de ser una comunidad terapéutica-sanadora. Los cuerpos locales de creyentes pueden traer un sentimiento de pertenencia a los miembros, apoyo a los que se sienten débiles, sanidad a los individuos afligidos, y guía mientras la gente hace decisiones y se mueve hacia la madurez.
Es triste que muchas iglesias contemporáneas parecen ser poco más que grupos indiferentes de personas rígidas que nunca admiten tener necesidades o problemas, que asisten a servicios des inspiradores por hábito, y que dejan la mayoría del trabajo a un pastor sobrecargado. Tal imagen puede estar exagerada, pero para muchas personas la iglesia local es grandemente sin significado, no de mucha ayuda, y lejos de la comunión productora de crecimiento que Cristo quiso que fuera.
¿Por qué empezó la iglesia? Seguramente la respuesta quedó en las palabras finales a sus seguidores antes de que regresara al cielo: “Vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden todo lo que os he mandado. Y he aquí ciertamente estaré con ustedes siempre, hasta el mero fin del siglo”.
La iglesia fue creada para cumplir la gran comisión de hacer discípulos (esto incluye evangelismo) y enseñanza. Los primeros creyentes se reunían en una comunión o koinonía que involucraba una relación de comunidad entre sí, un compañerismo que promovía el evangelio activamente y edificaba a los creyentes, y un compartir mutuo de perspectivas, experiencias, adoración, necesidades, y posesiones materiales. La verdadera iglesia siempre ha sido encabezada por Jesucristo quien nos enseñó a evangelizar y enseñar, quien por su vida e instrucción nos guió hacia los aspectos tanto prácticos como teóricos del cristianismo, y quien resumió su enseñanza en dos leyes, amar a Dios y amar a otros.
Todo esto debe suceder entre los confines de un grupo de creyentes, a cada cual se le han concedido los dones y habilidades necesarias para edificar a la iglesia. Como un grupo, guiados por un pastor y otros líderes escogidos, los creyentes dirigen su atención y actividades hacia arriba a través de adorar a Dios, hacia afuera a través del evangelismo, y hacia adentro a través de enseñanza, convivencia, y cargando cargas. Cuando uno de estos falta el grupo está des balanceado y los creyentes están incompletos.
Tomado de:
Gary R. Collins.
Christian Counseling: A Comprehensive Guide
(Consejería cristiana: una guía comprensiva),
Word Publishing, 1988. pp. 15-21.
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