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Sirviendo bajo un nuevo régimen

15/11/2010 por admin Leave a Comment

Como creyentes en el Señor Jesucristo que hemos recibido una Vida Nueva, tenemos también un nuevo régimen, una forma de gobernar nuestra vida, distinto al que hasta ahora hemos utilizado para vivir, para servir a Dios, para agradarle. Ineludiblemente pasa por nuestra muerte juntamente con Cristo para disfrutar la vida de resurrección. A ese lado de la cruz el Espíritu Santo con el que hemos sido sellados, tiene libertad para exteriorizarse, manifestar su fruto en nosotros, guiarnos, etc. “De modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra” Romanos 7:6 “Porque la letra mata, mas el Espíritu vivifica” 2ª Corintios 3:6

Vamos a considerar el pasaje que se encuentra en Romanos 7:1-6

“¿Acaso ignoráis, hermanos (pues hablo con los que conocen la ley), que la ley se enseñorea del hombre entre tanto que éste vive? Porque la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido. Así que, si en vida del marido se uniere a otro varón, será llamada adúltera; pero si su marido muriere, es libre de esa ley, de tal manera que si se uniere a otro marido, no será adúltera.

…

Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios. Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte. Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra.” Romanos 7:1-6

 

En estos seis versículos el apóstol Pablo nos introduce a un aspecto muy importante de nuestra muerte con Cristo que tiene que ver con nuestro servicio como creyentes, con nuestra manera de vivir, con nuestra forma de andar cada día. Al recibir a Jesucristo como nuestro salvador, Dios nos ha hecho sus hijos en Cristo, nos ha dado una nueva vida en El, nos ha dado el Espíritu Santo, todo esto son recursos celestiales para vivir como Dios quiere. Pero nos encontramos pronto con un gran problema que es nuestra vieja naturaleza, lo que traemos de Adán, que entra en conflicto con nosotros para no dejarnos vivir la victoria de la Vida Nueva.

 

De nuevo, la Palabra de Dios nos llama la atención al hecho que para experimentar esa nueva vida, tenemos que reconocer nuestra muerte con Cristo, la vida celestial que hemos recibido tiene libertad en nosotros a través del reconocimiento de nuestra muerte. De hecho, no hay liberación de esa vida sin nuestra muerte. Una muerte que Pablo da por hecho en este pasaje porque fue “en Cristo” en Su muerte, en la que fuimos incluidos nosotros también.

EL SEÑORÍO DE LA LEY

“¿Acaso ignoráis, hermanos (pues hablo con los que conocen la ley), que la ley se enseñorea del hombre entre tanto que éste vive?

 

Tal vez no nos damos cuenta, nos pasa inadvertido, pero la Ley se enseñorea del Hombre toda su vida. No importa que creencia tenga, ni tan siquiera si es ateo o agnóstico, el ser humano, viva donde viva y sea de la época que sea ha estado y está bajo el dominio de la Ley. Los descendientes de Adán no han sabido convivir sin leyes, las leyes son su forma de coexistencia. Actualmente tenemos leyes internacionales, leyes nacionales, leyes locales, leyes de comunidades de vecinos, leyes familiares, la vida del ser humano está controlada por leyes desde que nace hasta que muere.

 

Sobre todas estas leyes está la Ley de Dios que todos llevamos escrita en nuestras conciencias, como nos dice Romanos 2:15

…

“mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos”

 

A esta Ley se está refiriendo el apóstol Pablo en este pasaje y en todo el capítulo. La Ley que también la tenemos escrita en la Palabra de Dios y que cuando nos volvemos al Señor y la leemos cobra más fuerza y vigencia en nosotros y sus demandas se hacen más fuertes y claras.

MUERTOS A LA LEY

“Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios”

 

En el versículo anterior hemos visto el ejemplo de esa sujeción a la Ley “de por vida” en esa mujer casada que queda liberada por la muerte, en su caso, del marido. Así en este versículo vemos también nuestra liberación del Señorío de la Ley por nuestra muerte con Cristo.

…

El final del dominio de la Ley es la muerte del individuo, mientras vive, sus demandas están continuamente sobre él, pero una vez muerto ya no tiene nada que hacer. Pero si ese hombre pudiera recibir otra vez vida, pero ahora una clase de vida que no tuviera nada que ver con la anterior, estaría totalmente liberado de aquel señorío. Esto es lo que Dios ha hecho en nosotros, nos ha dado una Nueva Vida, pero esta vez Vida del Cielo. Con esta Nueva Vida en Cristo podemos llevar fruto para Dios.

 

¿Es necesario que seamos liberados de la Ley? ¿De su señorío? ¿Es importante? Sí, porque como dice la Palabra, “La Ley produc e ira” (Rom 4:15) y refiriéndose a ella, nos dice también que “La letra mata” (2ª Cor 3:6) y en el versículo siguiente que miraremos luego, nos dice que “las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte”

 

Pero ¿Hay algún problema en la Ley? No, realmente la Ley es santa, justa y buena (Rom 7:12) ¡No puede ser más perfecta! ¿Entonces? El problema está en nosotros, en la naturaleza que hemos recibido de Adán, es una naturaleza pecaminosa, rebelde, recalcitrante, todo lo que emprendemos con los recursos de esta naturaleza está condenado al fracaso, aunque sea con los mejores propósitos y las más altas miras.

 

Esta naturaleza está “pegada” a nosotros, la llevamos “encima” se manifiesta en cualquier momento, quiere llevar el protagonismo en todo momento, es sutil, no nos damos cuenta hasta que fracasamos. Quien la dirige es el YO, soy YO mismo.

 

Lo que Dios ha hecho con este YO, con nosotros, con esta naturaleza de Adán, es crucificarla juntamente con Cristo. Sólo la muerte pone fin a esta ruina y nos introduce a la vida nueva que no tiene ya nada que ver con lo antiguo, como dice Segunda Corintios 5:17:

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.”

LA PROFUNDIDAD DE NUESTRA RUINA EN ADAN

“Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte.”

 

Ya hemos venido comentando que el creyente tiene la posibilidad de “estar en la carne” o “en el Espíritu” En Adán o en Cristo, en el viejo régimen o en el nuevo. Y es a lo que se refiere en este versículo, y es también lo que después nos explica el apóstol Pablo en los versículos del 7 al 25 de este mismo capítulo. Allí, para acercarnos al gran problema de “vivir en la carne” nos describe de manera vívida y en primera persona el drama y conflicto que muchos conocemos muy bien, porque también lo hemos vivido y lo vivimos en nuestro propio pellejo.

 

Es tan rebelde nuestra naturaleza adámica que frente a la Ley de Dios que es santa, justa y buena, se muestra en toda su fealdad y fuerza. Es muy fuerte la frase “las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte.” ¡Esto es lo que nos pasa cuando “estamos en la carne!” Cuanto más deseamos y nos proponemos vivir al más alto nivel moral y espiritual, más poderosa se hace la rebelión del mal que hay en nosotros, nos aturde, nos abruma, pero seguimos luchando contra ello pensando que al fin lo venceremos. Nos lleva tiempo llegar al convencimiento de que es una lucha perdida, que el adversario es más fuerte que nosotros y que sólo lo que Dios ha hecho nos dará la victoria.

SIRVIENDO BAJO UN RÉGIMEN NUEVO

“Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra.”

El viejo régimen es el sistema que funciona con leyes, proyectos, buenos propósitos para alcanzar, buenos intenciones para llevar a cabo. El protagonista en todo esto soy YO, donde pongo lo mejor de mí mismo para conseguir estos niveles. ¿El resultado? Con un poco de ilusión puedo pensar que voy bien unos días, pero pronto veré que no es así, pues enseguida viene el fracaso, el pecado me hace caer, veo en mí mismo algo feo que se revela contra mis mejores proyectos, pronto me veo luchando contra este enemigo dentro de mi, llamado pecado, está en mi mismo, en mis miembros, es horrible, da miedo. Mi vivir se convierte en la pescadilla que se muerde la cola: Me propongo mejorar, caigo, pido perdón, otra vez hago proyectos de mejorar, vuelvo a caer, pido perdón. Esto se convierte en una “lucha agotadora e interminable”

Todo este conflicto se describe en los versículos 7 al 25 y es, como ya he mencionado, el resultado de “andar en la carne” de servir bajo “El Viejo Régimen”, la lección que nos da el personaje de este pasaje es su honestidad, no se disculpa ni se justifica así mismo, no dice: “Bueno, es que somos así” “Qué vamos a hacerle, es la vieja naturaleza” “Al menos estoy tratando de hacer lo mejor posible” y se conforman con eso, se quedan ahí y no progresan. Pero esta persona es dura consigo mismo, no se justifica, llama las cosas como son y llega a ver las cosas como las ve Dios cuando reconoce algo tan fuerte como esto: “Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.”( Rom 7:14-15) y también “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.” ( Rom 7:18)

 

¿Te acuerdas de la Puerta Estrecha? Tuvimos que pasarla para gozar la salvación; el Espíritu Santo trabajó en nosotros para convencernos de pecado, de ruina, llegamos a ver que no había ninguna esperanza en nosotros mismos y acudimos a Cristo, a aquel que es el amigo de los pecadores, y nos salvó. Después de aquella puerta estrecha hay un camino angosto que lleva a la vida (Mateo 7:14) por ese camino se “anda” de la misma manera, reconociendo con honestidad lo que somos, lo que vemos que somos, sin justificarnos a nosotros mismos, esperando en la gracia de Dios totalmente.

 

Dios nos conoce mucho mejor que nosotros mismos, ha visto desde lejos y desde hace mucho tiempo que el ser humano está totalmente arruinado, que aunque tenga buenos deseos y pr opósitos, estos no le llevan a conseguir buenos objetivos, así que decidió, en la muerte Cristo, acabar con él, pero al mismo tiempo darle una hermosa y gloriosa esperanza en la resurrección de su Hijo. En esta vida resucitada que se vive por fe en lo que Dios dice que ha hecho con nosotros, hay ¡por fin! Seguridad y garantía de que nuestro trabajo no es en vano, de crecimiento real y de vida estable.

 

El Nuevo Régimen se vive por la fe, descansando completamente en lo que Dios ha hecho, en lo que El nos dice. Dejamos de luchar contra el pecado reconociendo que hemos muerto con Cristo y que el poder del pecado y de la ley terminan ahí, en la cruz. Reconocemos también que como Cristo resucitó, nosotros también hemos resucitado con El y participamos de su vida, de esa Vida Nueva, Vida del Cielo. Ya no pensamos en lo que podemos hacer “para Dios”, sino en lo que El ha hecho por nosotros y en lo que puede hacer en nosotros. El Espíritu Santo mora en nuestros corazones y nos llena de vida y paz. Vamos aprendiendo a “andar en el Espíritu”, a depender de él, a ser guiados por él. El YO querrá manifestarse, dirigir, hacer cosas, pero los resultados serán catastróficos, ahora nos parecerán peores que nunca al compararlos con el apacible fruto del Espíritu. Entenderemos mejor por qué dijo Pablo en Gálatas 2:20:

“Con Cristo estoy juntamente crucificado y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mi”

Por la fe, nos vemos en aquella cruz con Cristo, cuantas veces sean necesarias, permitiendo al mismo tiempo que Cristo viva en nosotros, ¿Su vida en nosotros no es mejor que lo mejor de nosotros mismos?

 

El apóstol Pablo hablando de estas cosas en Filipenses 3:14, llama a esto “El supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” porque Dios desea ver a Cristo formado en sus hijos. En todos sus hijos, aunque tristemente no todos parecen alcanzarlo, Dios lo ha preparado para todos y para cada uno de nosotros.

 

“Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros” Gálatas 4:19

 

Intentar conseguir esto por nuestros esfuerzos y disciplina sería hacerlo “en la carne” y no llegaríamos a ninguna parte, solo a la frustración y al fracaso que ya hemos visto. Estas cosas se viven por fe y para fe, como está escrito: El justo por la fe vivirá. Romanos 1:17.

 

Tomemos de nuevo como ejemplo nuestra salvación, nos vimos absolutamente sin esperanza, totalmente perdidos, no teníamos nada que darle a Dios a cambio, pero El nos habló de su gracia, de su amor, nos ofreció perdón completo y por fe, creyendo lo que nos decía, vinimos y El y nos recibió, sentimos el calor de su abrazo, nos limpió y nos dio vestidos nuevos como al hijo pródigo. ¿Tratamos ahora de “ganarnos” la salvación después de haberla recibido gratuitamente? No, sino que por fe descansamos en lo que Cristo hizo al morir por nosotros, allí saldó nuestra deuda y ya no debemos nada, tenemos paz con Dios por medio de Jesucristo. Rom 5:1

 

En aquella cruz Cristo hizo muchas más cosas que pagar por nuestros pecados, una de ellas fue llevarnos con El para terminar con esa naturaleza adámica sin arreglo y darnos la suya propia. ¡El en nosotros es la esperanza de gloria! Colosenses 1:27


Por Feliciano Briones

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