por Ray C. Stedman
¿Qué es lo que nos hace sentir deseo de comenzar la lectura de un libro leyendo antes el último capítulo? Por algún motivo, son muchas las personas que empiezan su lectura de la Biblia comenzando por el Apocalipsis, pero este es un grave error. Este libro sume a la persona en una tremenda confusión, puesto que en él se mencionan una serie de dragones, de trompetas, copas y sellos, con muchas panorámicas fantásticas, sonidos y visiones. Sería fácil que una persona que comenzase por este libro dejase toda la Biblia de lado por la frustración que sentiría , incapaz de comprender el significado de todas estas cosas.
Resulta altamente significativo que el libro de Apocalipsis sea el último libro de la Biblia. Y si ha leído usted el resto de la Biblia antes de llegar al Apocalipsis, estará mucho mejor preparado para entender el punto culminante de esta revelación de Dios a su pueblo.
Sin embargo, el motivo por el que muchos tienen dificultad para entender este libro radica en el hecho no solo de interpretar los símbolos, sino de no seguir las sugerencias que nos hacen los primeros ocho versículos. Si lee usted estos versículos detenidamente y prestándoles atención, encontrará usted una tremenda clave sobre este libro. Son ciertos comentarios de introducción que se encuentran con frecuencia en la página del título de un libro y si las lee usted de ese modo, le serán de gran ayuda. El título del libro es la primera línea:
“La revelación de Jesucristo que Dios le dio…”
Fíjese bien en que no dice “las revelaciones en plural. El libro es acerca de Jesucristo y es su propia revelación, que le fue dada por Dios el Padre para revelarla a sus siervos. El propósito de ello se encuentra en la próxima línea:
“…para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder.”
Este libro fue escrito por el apóstol Juan, estando prisionero en la isla de Patmos, junto al Mar Egeo, y data de alrededor del año 95 A.D. hacia finales del primer siglo. Juan se encontraba en el Espíritu en el día del Señor, según nos dice, y comenzó a ver visiones, revelaciones que le daba el Señor Jesús por medio de un ángel, de cosas que habrían de suceder en breve, por lo que es claramente un libro profético. A continuación tenemos el método mediante el cual fue transmitido el libro en las próximas frases y esto es muy importante:
“…y que dio a conocer por medio de su ángel a su siervo Juan…” (Apoc. 1:1)
Las palabras “que dio a conocer son una traducción del griego que quieren decir “que dio a entender, que es lo que dice en inglés en la Versión del Rey Jaime. O “lo signi-fico, es decir lo dio a conocer por medio de señales y símbolos.
Uno de los motivos por los que se utilizan los símbolos en este libro es que trata acerca de cosas relacionadas con el futuro, que están muy por encima de la imaginación de los hombres y las mujeres del primer siglo. Se hace referencia a acontecimientos que ahora se están convirtiendo en realidad en nuestro mundo, en terribles realidades, como la guerra nuclear, las plagas a escala mundial, la guerra biológica. ¿Cómo se podían describir estas cosas a una generación que nada sabía acerca de las armas o de las máquinas?
Cuando intentamos transmitir un pensamiento abstracto, con frecuencia lo hacemos valiéndonos de una forma simbólica. Hubo una historia que se extendió por todas partes hace unos años acerca del gobernador de Montana, que encargó a un artista que pintase los pensamientos que pasaron por la mente del General Custer durante el tiempo que ocupó su último puesto. El artista trabajó durante semanas y semanas y, finalmente, llegó el día en que debía exponerse el cuadro. ¡Imagínese la sorpresa del gobernador al contemplar a una vaca con un halo alrededor de su cabeza, en medio del cuadro y sobre una colina toda una hilera de indios con sacos de algodón sobre sus espaldas.
El gobernador dijo: “¿Qué ha querido usted decir con esto? ¿De qué es esto un retrato? Y el artista dijo: “Gobernador, debería estar muy claro. Estos fueron los pensamientos que pasaron por la mente del General Custer durante la batalla. Estaba pensando ¡Holy cow! (¡Santa vaca!) Where did all these cotton-picking Indians como from anyway? (¿literalmente ¿de dónde han salido todos estos indios recogedores de algodón? que es un modismo, nosotros diríamos “¿de dónde han salido todos esos dichosos indios?)
No pretendo ser irreverente, pero esta es una descripción muy clara de la necesidad de recurrir al lenguaje simbólico cuando se quiere describir algo que resulta totalmente desconocido para otra persona, que es precisamente lo que hallamos en el libro de Apocalipsis.
Otra cosa que es de ayuda acerca de estos símbolos es que cada uno de ellos ha sido tomado de alguna parte de la Biblia. No es algo que se nos presenta de repente, sino que han sido tomados, en gran parte, de otras partes de las Escrituras y usados de nuevo de una manera consistente en el libro de Apocalipsis.
La tercera cosa es “la página del título que es de especial bendición para los que leen este libro. Creo que el Espíritu Santo sabía que resultaría difícil para muchos, por lo que se añaden estas palabras:
“Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de esta profecía y guardan las cosas escritas en ella, porque el tiempo está cerca.” (Apoc. 1:3)
¿Ha sido usted apto para recibir esa bendición? Este libro ha sido escrito con este propósito.
El tiempo en que habrán de tener lugar estos acontecimientos nos lo sugiere la frase “el tiempo está cerca. (v. 3) es decir, los sucesos que relata este libro empezaron poco tiempo después de que Juan lo escribirse. A continuación se nos dice a quiénes iba destinado:
“Juan, a las siete iglesias que están en Asia.”
La primera parte del libro son una colección de cartas concretamente dirigidas a siete iglesias que formaban aproximadamente un círculo dentro de lo que llamamos actualmente Asia Menor. Había más de siete iglesias en ese distrito, pero estas siete han sido escogidas porque son representativas, no solamente de aquellos tiempos, sino también de las iglesias de cualquier época y de toda la era de la iglesia, de principio a fin.
A continuación se menciona al autor o autores de este libro:
“Gracia a vosotros y paz de parte del que es y que era y que ha de venir, y de parte de los siete Espíritus que están delante de su trono y de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos y el soberano de los reyes de la tierra.” (Apoc. 1:4, 5)
Tenemos al Dios trino: el Padre de su eterna soberanía; los siete espíritus, que representan al Espíritu Santo en su plenitud de poder con sus siete facetas y Jesucristo, el testigo fiel y verdadero, que se unen para ofrecernos esta asombrosa profecía.
A continuación encontramos la dedicatoria semejante a la que se encuentra en muchos libros de cualquier época:
“Al que nos ama y nos libró de nuestros pecados con su sangre y nos constituyó en un reino, sacerdotes para Dios su Padre: a él sea la gloria y el dominio para siempre jamás. Amen.” (Apoc. 1:5, 6).
Aquí tenemos a Aquel que por medio de sus hechos ha puesto el fundamento de todas las bendiciones humanas y es a él que está dedicado este libro.
A continuación se introduce el tema, el tema general del libro:
“He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá; aun los que le traspasaron. Todas las tribus de la tierra harán lamentación por él. Sí, amen.” (Apoc. 1:7)
Este es un libro acerca de la segunda venida de Jesucristo, sobre cómo tendrá lugar, lo que sucederá en la tierra que hará que se produzcan estos acontecimientos y cuál será el resultado después de que él venga.
Y finalmente, la firma del libro, la firma personal del autor:
“Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, el que es, y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.” (Apoc. 1:8)
Tengamos en cuenta que cuando esto fue escrito la iglesia estaba siendo perseguida. Esto sucedió durante el reinado del emperador romano Domiciano, que fue uno de los más viciosos perseguidores de la iglesia, un hombre que dijo ser señor y dios del pueblo romano. Por lo tanto, estos cristianos necesitaban con desesperación algún estímulo y aquí tenemos, de hecho, la seguridad personal que nos da Dios diciendo: “no os preocupéis, yo soy el Alfa y Omega, el principio y el fin, la A y la Z, el que es, que ha sido y que ha de venir, el Todopoderoso.
Una cosa más acerca de este primer capítulo y luego veremos el libro en general. El plan básico del libro se menciona en el versículo diecinueve. A Juan se le dice:
“Así que, escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas.” (Apoc. 1:19)
El libro de Apocalipsis se divide en tres partes: las cosas que vio Juan, que se mencionan en el capítulo uno, las cosas que son (que existen en este día), las siete iglesias, acerca de las que leemos en los capítulos dos y tres y comenzando por el capítulo cuatro, hay una larga sección que trata acerca de las cosas “futuras.
Estoy convencido que esto se refiere a después de que la iglesia haya sido raptada de este mundo. Mientras los capítulos dos y tres abarcan el tiempo presente, la última parte del libro trata de la culminación y el final de los acontecimientos humanos, a los que se hace referencia en otros lugares de la Biblia como la gran tribulación, o los tiempos del fin, o la semana septuagésima de Daniel; un período de siete años durante los cuales todo lo que ha estado sucediendo en el caldero de los acontecimientos humanos de repente llega de modo inusitado a una conclusión asombrosa y de ella nos deja constancia el libro de Apocalipsis. Toda la turbulencia sobrecogedora de nuestra propia época avanza hacia ese suceso. Todo lo que ha venido sucediendo durante veinte siglos de historia humana ha tenido como propósito llegar a este acontecimiento en concreto.
Ahora trataremos brevemente algunos de los acontecimientos más importantes de este programa. Para comenzar tenemos las epístolas escritas a las siete iglesias. Como ya mencioné con anterioridad, estas cartas eran representativas de las iglesias individuales de cualquier época y, lo que es más, representan un proceso en la historia de la iglesia.
Por ejemplo, la epístola dirigida a la iglesia de Efeso trata acerca de una iglesia que es aparentemente una iglesia que tiene éxito, pero que estaba empezando a perder su primer amor, esa motivación subyacente que es tan necesaria para los cristianos. La próxima iglesia es la de Esmirna, que quiere decir “oprimida que describe con exactitud a esta iglesia y la persecución pendería sobre esta iglesia durante el período general desde el segundo siglo hasta la época de Constantino el Grande, el primer emperador cristiano de Roma, en el año 320 A.D.
A Esmirna le sigue la iglesia de Pérgamo, que quiere decir “casada y el problema que tenía esta iglesia era que había contraído una unión con el mundo y ambos estaban intentando llevarse bien juntos, habiéndose infiltrado todas las actitudes y los sistemas de valores de un mundo incrédulo en los procesos de la iglesia. Esto refleja claramente el período de la historia de la iglesia a partir del gobierno de Constantino, que hizo del cristianismo la religión popular de aquellos días, hasta la aparición de la iglesia papal en el siglo séptimo.
A esto sigue la iglesia de Tiatira, donde se estaba practicando el adulterio espiritual y la epístola es una descripción muy exacta de lo que se llama en la actualidad Las Edades Oscuras de la iglesia, el período en el que la iglesia perdió su celo, su pureza, sus doctrinas, infiltrándose en ella una gran cantidad de supersticiones y de paganismo, perdiendo una gran parte de su poder. Este tiempo de oscurantismo duró desde principios del siglo VII hasta el siglo XVI y el tiempo de la Reforma. A continuación tenemos la iglesia de Sardis, que es una imagen de una iglesia que ha recuperado una gran parte de su verdad, pero a la que le falta de manera notable la vitalidad y es al mismo tiempo una imagen del período de la Reforma. A pesar de que las iglesias del tiempo de la Reforma comenzaron dominadas por el entusiasmo y el celo, no tardaron mucho en apagarse y quedar convertidas en las cenizas de una ortodoxia muerta.
A esto le sigue la iglesia de Filadelfia, acerca de la cual el Señor no tiene nada negativo que decir y nada que corregir, sino que la ensalza por ser fiel y verdadera con la palabra. Pero tiene poca fuerza, dice el Señor, y es una imagen que corresponde a la época de la iglesia del siglo XIX, cuando ésta despierta y se extiende hasta los rincones de la tierra, siguiendo el movimiento misionero del último siglo.
La última iglesia es la de Laodicea, una iglesia rica, la iglesia que afirma: “no necesitamos absolutamente nada de Dios. Tenemos dinero, influencia, poder y eso es todo cuanto necesitamos. Y Dios dice: “¡Sois unos ciegos insensatos! ¿No sabéis que no tenéis nada, que sois unos desgraciados y pobres ciegos dignos de compasión? Os aconsejo que compréis de mi oro que ha sido refinado por el fuego. Y se imagina a sí mismo a la puerta de la iglesia, llamando para que le permitan entrar. Si estas epístolas, como ya he sugerido, son un resumen de la historia, parece ser que nos encontramos en la época de la iglesia de Laodicea.
Pero empezando por el capítulo cuatro, se produce un cambio. Fíjese que dice una vez más lo que es una palabra clave en este libro. En el capítulo uno dice “en el Espíritu así que aquí dice:
“De inmediato estuve en el Espíritu, y he aquí un trono estaba puesto en el cielo y sobre el trono uno sentado.” (Apoc. 4:2)
La escena cambia, pasando de la tierra al cielo, que no quiere decir algún lugar en el espacio. En la Biblia el cielo es realmente el ámbito de todo lo invisible, otra dimensión, por así decirlo, en el cual reina Dios, oculto a nuestros ojos, pero presente entre nosotros, un reino espiritual que nos rodea por todas partes, pero que nosotros no podemos probar, tocar ni ver, a pesar de lo cual sigue siendo muy real.
Este reino quedó expuesto ante Juan y pudo contemplar el trono y sobre él a Uno que estaba sentado y de inmediato supo quién era, sin necesidad de que se lo dijesen. Era el trono de Dios y él estaba controlando toda la historia. Lo que contempló Juan es una visión extraordinaria de la impotencia y de la debilidad del hombre, pero además de la grandeza y del poder de Dios. Juan vio un trono y luego vio a un Cordero delante del trono, un Cordero con el cuello cortado. Puede que ese parezca un extraño símbolo del Hijo de Dios, pero es un símbolo muy apropiado, pues es un Cordero que ha sido inmolado. Y de algún modo, mientras Juan contemplaba la visión, ese Cordero se convirtió en un León, y Juan vio que el León, que era el Cordero que había sido inmolado, era además el Rey de todo. Se encontró ante Aquel que estaba sentado en el trono, que tenía un librito en su mano, un librito que es muy significativo en el libro de Apocalipsis porque es el programa que tiene Dios para el establecimiento de su reino en la tierra. Dios reina en el cielo sin oposición alguna, pero en la tierra su voluntad se ve siempre desafiada por hombres insignificantes que se atreven a levantar el puño en contra de la autoridad de Dios, pero él va a cambiar todo esto y lo hará por medio del Cordero que es el León, que es el único que tiene derecho a tomar el libro (de hecho, el rollo) y abrirlo.
Y al abrirse los siete sellos de este libro, se abre el rollo hasta que, por fin, lo que ha sido escrito en él está claro para todos. Juan llora al ver por primera vez el rollo, pensando que nadie tiene derecho a abrirlo, pero ve al Hijo del Hombre y sabe que solamente él tiene derecho a desenrollar el pergamino que expondrá a la vista el plan que tiene Dios con respecto al establecimiento de su reino en la tierra.
Al abrirse el rollo, vemos que hay siete sellos. El número siete aparece con frecuencia en este libro. Ya hemos visto las siete iglesias y ahora tenemos los siete sellos, cada uno de los cuales revela un nuevo poder que se manifestará en la tierra. A todo esto siguen las siete trompetas y luego las siete copas o cuencos, de la ira de Dios. Echemos un breve vistazo a cómo encajan todas estas cosas unas con otras. En el capítulo seis leemos acerca del principio de este período de siete años que, según nos dice el profeta Daniel, será la culminación de la historia, hacia la cual todos los sucesos del tiempo presente se dirigen. Ese período de siete años de duración empezará con la predicación del evangelio, a escala mundial (según nos enteramos por lo que le dice el Señor a sus propios discípulos en el Monte de los Olivos.)
En el libro de Apocalipsis, lo primero que vemos es la iglesia como una unidad, seguida por los acontecimientos históricos con respecto al resto del mundo. A la luz de todo ello, estoy convencido de que la iglesia será raptada antes del período de los siete años que durará la tribulación, y que el primer acontecimiento de ese período es la predicación del evangelio por el mundo entero, simbolizado por el primero de los siete sellos:
“Y miré, y he aquí un caballo blanco. El que estaba sentado sobre él tenía un arco y le fue dada una corona y salió venciendo y para vencer.” (Apoc. 6:2)
El blanco es siempre el color del ser divino, que representa la pureza y la santidad. Y el arco nos habla acerca de la conquista y en este caso es la conquista del evangelio. Jesús lo había profetizado al decir: “Y este evangelio del reino será predicado en todo el mundo para testimonio a todas las razas, y luego vendrá el fin. (Mat. 24:14)
El segundo sello significa la guerra y Juan dice:
“Y salió otro caballo, rojo. Al que estaba montado sobre él, le fue dado poder para quitar la paz de la tierra y para que se matasen unos a otros. Y le fue dada una gran espada.” (Apoc. 6:4)
¿No es posible que esa gran espada simbolice el terrible poder de una bomba nuclear que arrase a toda la humanidad? Esto es lo segundo que pasará, nos dice Juan, seguido de inmediato por un tercer caballo, que simboliza el hambre, que es inevitable tras una guerra a escala mundial.
El cuarto caballo con su jinete es la calamidad de la muerte, una muerte que se manifiesta de cuatro maneras diferentes:
“Y miré, y he aquí un caballo pálido, y el que estaba sentado sobre él se llamaba Muerte; y el Hades le seguía muy de cerca. A ellos les fue dado poder sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, y con hambre y con pestilencia y por las fieras del campo.” (Apoc. 6:8)
La muerte cabalgaba sobre el caballo y el Hades seguía con el coche fúnebre detrás.
Lo que está contemplando Juan en estos siete sellos son las fuerzas que se desencadenarán sobre la humanidad y serán responsables de los acontecimientos de la historia durante los últimos días. Por lo que durante ese tiempo se destaca el poder humano y vemos lo que Dios permite que suceda por causa de la fuerza y el poder de los seres humanos. El quinto sello es una expresión del poder interno de la humanidad, las oraciones de los mártires. A esto le siguen los disturbios cósmicos, que proveen la clave de todo el libro:
“Y miré cuando abrió el sexto sello, y se produjo un gran terremoto. El sol se puso negro como tela de cilicio; la luna entera se puso como sangre y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como una higuera arroja sus higos tardíos cuando es sacudida por un fuerte viento. El cielo fue apartado como un pergamino enrollado, y toda montaña e isla fueron removidas de sus lugares.” (Apoc. 6:12-14)
El terremoto que se menciona aquí nos ofrece la clave que hace posible que entendamos este libro. El acontecimiento final que profetiza aquí por medio del sexto sello, está siempre marcado por un gran terremoto, por granizo y fuego. Ese es el fin del período de siete años, descrito por Jesús cuando dijo “…el sol se oscurecerá y la luna no dará su resplandor. Las estrellas caerán del cielo… (Mat. 24:29) Esto tendrá lugar justo antes de que regrese Jesucristo con su iglesia de nuevo a la tierra.
El séptimo sello resume los acontecimientos de la segunda mitad de este período de siete años, según se relatan en los capítulos diez y once, donde encontramos nuevamente el terremoto que se produce al sonar la séptima trompeta:
“Y fue abierto el templo de Dios que está en el cielo, y se hizo visible el arca de su pacto en su templo. Entonces estallaron relámpagos, truenos, un terremoto y una fuerte granizada.” (Apoc. 11:19)
Los capítulos doce, trece y catorce nos presentan a los grandes actores que aparecen en escena en la tierra. Para empezar, una mujer, que se puede reconocer como Israel, da a luz un hijo varón, que la historia se ha encargado de informarnos que es el Hijo de Dios. En contra de él, en un tremendo conflicto, aparecen los ángeles del demonio y el gran dragón llamado Satanás. Mientras Juan contempla, surge del mar una bestia y Juan pudo entender que la bestia era una forma de gobierno humano relacionado con Roma, el cuarto gran reino del mundo acerca del cual habla Daniel. De algún modo, el gran Imperio Romano habrá de existir en los tiempos del fin. (Si observa usted nuestro mundo occidental, creo que se dará cuenta de lo cierto que es esto. Cada una de las naciones del hemisferio occidental fue ocupada por una nación que era miembro del Imperio Romano, así que somos romanos hasta los tuétanos. Todo el mundo occidental es romano en lo que se refiere a sus pensamientos, su filosofía y su actitud.) En relación con esta bestia hay otra bestia, o dirigente religioso, que aparecerá en la tierra y muchos la relacionan con el anticristo.
Los capítulos catorce, quince y dieciséis contienen, en general, la descripción de las copas de la ira de Dios, que son exactamente lo mismo que los terribles juicios acerca de los cuales habló Jesús al decir que el sol se oscurecería, que la luna se convertiría en sangre y que la ira de Dios se desencadenaría sobre la tierra. Y en la última parte del capítulo dieciséis y a lo largo de los capítulos diecisiete y dieciocho, encontramos el juicio de la gran ramera religiosa a la cual se denomina “el misterio de Babilonia la grande.
Babilonia era el origen de la antigua idolatría y es una imagen de lo que podríamos muy bien llamar la impiedad religiosa, es decir, aquello que parece ser religioso, pero que en esencia es, de hecho, impiedad; una religión que exteriormente disfruta del poder terrenal y de la atención de los hombres, pero que interiormente lo que pretende es ejercer un poder político, haciendo uso de la autoridad religiosa. Si lee usted esto detenidamente, creo que se dará cuenta de que este misterio de Babilonia no se refiere en particular a un sistema, o denominación, sino más bien a una actitud que invade a toda la iglesia. Dondequiera que hallemos a una persona que se porta religiosamente, que intenta de ese modo obtener el poder o la autoridad política, tenemos el babilonialismo y esto se encuentra en todas las iglesias. Como dijo Jesús, refiriéndose a la cizaña sembrada juntamente con el trigo. “Dejad crecer a ambos hasta la siega. (Mat. 13:30) Y en el capítulo diecinueve tenemos la siega, que fue anunciada en el capítulo catorce:
“Y miré, y he aquí una nube blanca, y sobre la nube estaba sentado uno semejante al Hijo del Hombre. Tenía en su cabeza una corona de oro y en su mano una hoz afilada. Y otro ángel salió del templo, gritando a gran voz al que estaba sentado sobre la nube: ¡Mete tu hoz y siega! Porque ha llegado la hora de segar, porque la mies de la tierra está madura.” (Apoc. 14:14, 15)
Esa cosecha ocurre de hecho, tal y como la describe el capítulo diecinueve, cuando Jesucristo vuelve a la tierra:
“Vi el cielo abierto, y he aquí un caballo blanco y el que lo montaba se llama Fiel y Verdadero. Y con justicia él juzga y hace guerra. Sus ojos son como llama de fuego. En su cabeza tiene muchas diademas, y tiene un nombre escrito que nadie conoce sino él mismo. Está vestido de una vestidura teñida en sangre, y su nombre es llamado EL VERBO DE DIOS. Los ejércitos en el cielo le seguían en caballos blancos, vestidos de lino fino, blanco y limpio. De su boca sale una espada aguda para herir con ella a las naciones y él las guiará con cetro de hierro. (Apoc. 19:11-15) Para entonces, se han reunido todas las naciones de la tierra en el campo de batalla conocido como Armagedón, en la tierra de Israel, y es allí donde aparece el Hijo de Dios con los ejércitos celestiales. Ahora por fin, todas las fuerzas sobrenaturales, que durante tantísimo tiempo han venido negando los hombres, de repente se revelan ante los ojos humanos de tal modo que eliminan toda oposición del mal arraigado en contra de la voluntad y la autoridad de Dios.”
El libro concluye con el Hijo de Dios, que establece su reino en la tierra, tal y como había prometido. Después de juzgar a los muertos es cuando aparecen los nuevos cielos y la nueva tierra y la ciudad de Dios, que desciende del cielo, dónde Dios tiene su habitación con los hombres. ¿Recuerda usted la oración: “véngannos tu reino…así en la tierra como en el cielo? (Mat. 6:10)
Esta ciudad solo puede describirse mediante términos negativos. Juan no vio un templo en ella, porque no tenía necesidad de templo, tampoco necesitaba que brillasen sobre ella ni el sol ni la luna. La luz que brillaba sobre esta ciudad la producía la misma presencia de Dios y sus puertas no se cerrarán nunca, ni de día ni de noche. Todo un universo queda por fin limpio de la rebeldía del hombre y no hay nada que temer. Todo el precioso sueño de los profetas se convierte en realidad: las espadas se convertirán en rejas de arado y sus lanzas en podaderas y no se adiestrarán más para la guerra.
Finalmente, se nos advierte que hemos de esperar su venida, esforzarnos por ella, siendo diligentes, fieles y obedientes hasta que venga el Hijo de Dios. Este es un libro de un tremendo optimismo. A pesar de que nos presenta un cuadro sombrío y oscuro, no acaba la cosa ahí, sino que ve mucho más allá, a la victoria final de Dios, que es incluso más segura que el sol de mañana.
C.S. Lewis ha escrito estas significativas palabras:
Dios invadirá este mundo con todo su poder, pero ¿de qué sirve decir que estamos de su parte, cuando vemos cómo todo el universo natural se está desvaneciendo como un sueño y otra cosa, algo que jamás nos podríamos haber imaginado o concebido, aparece con fuerza? Algo tan precioso para nosotros y tan terrible para otros que no nos queda a nadie ninguna opción. Esta vez será el propio Dios tal y como él es, algo tan sobrecogedor que o bien despertará un amor irresistible o un irresistible horror en cada una de las criaturas, pero entonces será ya demasiado tarde como para decidir de qué parte estamos. De nada vale decir que decidimos tumbarnos cuando resulta de todo punto imposible ponerse en pie. No será el momento para decidir, tanto si somos conscientes de ello como si no. Ahora, hoy mismo, es el momento indicado para hacerlo, es nuestra oportunidad para decidir ponernos de parte del bien. Dios está refrenando su ira para concedernos esa oportunidad, pero no durará para siempre, de manera que o la tomamos o la dejamos.
Este libro nos anima enormemente porque es un libro que nos hará aguzar el oído y prestar atención al ver las cosas que están teniendo lugar en el curso de la historia humana, que tanto nos asustan. Es un libro que le servirá de gran consuelo y estímulo, si conoce usted al Señor de este libro, pero es al mismo tiempo un libro solemne, cuyo propósito es hacernos comprender que Aquel que abre el rollo es el mismo que murió en la cruz del calvario, el cordero que fue inmolado, a fin de ganarse el derecho a ser Rey de toda la tierra.
Oración
Padre, te damos gracias por contarnos la verdad, por revelárnosla a través de Juan. Ayúdanos en estos días a que no perdamos de vista la visión de tu bendito Hijo, que vino a este mundo, que creó con sus propias manos y en el que murió en una cruz para reclamar a la tierra para sí mismo. ¡Qué gran día será cuando Aquel que en otro tiempo fue rechazado sea reconocido por todas partes como el Señor de la tierra con todos sus derechos. Te damos gracias en su nombre, amen.
Nº de Catálogo 267
Apocalipsis
4 de Agosto, 1968
Mensaje Sesenta y Siete
Translated by: Rhode Flores
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